Laura tenía 27 años y trabajaba como cajera en un supermercado en un barrio de clase media. Su sueldo apenas le alcanzaba para cubrir gastos básicos, y a menudo sentía que estaba atrapada en una rutina sin salida. Sin embargo, siempre tuvo una pasión: la repostería. Desde niña, horneaba pasteles con su abuela y soñaba con tener su propia pastelería.
Un día, después de una jornada difícil en el trabajo, Laura decidió empezar a hornear por las noches. Publicó fotos de sus pasteles en redes sociales y comenzó vendiéndolos a sus compañeros de trabajo. Al principio, ganaba muy poco, pero cada pedido le daba más motivación.
Con el tiempo, ahorró lo suficiente para tomar un curso de repostería profesional los fines de semana. Aprendió sobre costos, marketing, y cómo manejar un negocio. También mejoró la calidad de sus productos.
Cuando la pandemia golpeó, muchos perdieron sus empleos, pero Laura ya tenía una clientela estable y pedidos constantes. Aprovechó la oportunidad y lanzó su tienda virtual. Empezó a ofrecer entregas a domicilio y diseñó un menú especial para celebraciones pequeñas en casa.
Después de dos años de esfuerzo constante, renunció a su trabajo como cajera y abrió su primera pastelería física. Hoy, Laura tiene dos locales, emplea a otras mujeres de su comunidad, y da charlas sobre emprendimiento en colegios locales.
¿Su secreto? No rendirse, confiar en su talento y tomar acción con lo poco que tenía.
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